En la fe se cimenta la creencia en la revelación de Dios propuesta por la Iglesia cristiana. En el cristianismo la fe es la principal de las tres virtudes teologales. Las otras dos virtudes teologales son la esperanza y la caridad.
Por medio de la fe la
persona logra creer en la verdad revelada, esto es, en Jesús como el Mesías,
Hijo de Dios. esta fe infunde los sentimientos de esperanza y caridad. Se
entiende también que la fe es un don que ha sido infundido en la
persona por medio del Espíritu Santo. Ella conduce a la relación con Dios.
Esto implica que la fe en
el cristianismo no se limita apenas a aceptar por válida la doctrina, sino por
vivir de acuerdo a las enseñanzas.
a fe es una gracia, un
don de Dios; para dar respuesta a la fe es necesaria la gracia de Dios que
ayuda y se adelanta a las personas y mueve sus corazones para dirigirlos a Él.
Sin embargo, creer es un acto auténticamente humano, que no es contrario a la
inteligencia ni a la libertad del hombre. En la vida corriente, en las
relaciones humanas creer lo que dicen otras personas no es contrario a la
dignidad propia. Por esa razón es menos contraria a la dignidad de la persona
creer y poner la inteligencia y la voluntad bajo lo que Dios revela
Ninguna persona está obligada
a abrazar la fe cristiana en contra de su voluntad. La persona, si se decide a
creer debe responder a Dios voluntariamente. El acto de fe es
voluntario por propia naturaleza. Cuando una persona se siente llamada por
Dios a servirle, queda vinculada por su conciencia, pero no coaccionada. El
propio Jesucristo invitó a sus coetáneos a la fe y a la conversión, pero no
forzó a nadie a seguirle. no coaccionada. El propio Jesucristo invitó a sus
coetáneos a la fe y a la conversión, pero no forzó a nadie a seguirle Ninguna
persona está obligada a abrazar la fe cristiana en contra de su voluntad. La
persona, si se decide a creer debe responder a Dios voluntariamente. El acto
de fe es voluntario por propia naturaleza.
Cuando una persona se siente llamada por Dios
a servirle, queda vinculada por su conciencia, pero no coaccionada. El propio
Jesucristo invitó a sus coetáneos a la fe y a la conversión, pero no forzó a
nadie a seguirle
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